14 marzo 2010

Huellas en la nieve

La gata siamesa corre por el campo nevado, dejando huellas ensangrentadas.

Es urgente encontrar un lugar para esconderse, lamer sus heridas y pasar la noche.

Finalmente lo ve, en medio del campo: un granero.

Sabe que adentro hay escondites para estar segura, paja para calentarse y ratones para satisfacer su hambre.  Un buen lugar para pasar la noche.

Cautelosamente se acerca, buscando una entrada.  Arriba hay una ventana con un vidrio roto.  La gata está tan flaca que fácilmente pasa por la abertura.

Pero el interior es completamente diferente a cualquier cosa que la siamesa haya visto.

Cajas y baúles por doquier, una canoa llena de ropa vieja.  Parece un buen lugar par dormir, una vez que haya comido algo.

Continúa explorando, para estar segura que no habrán sorpresas mientras descansa.

¡Allí! Un sonido muy quedo, que no escapa a su oído, aguzado por el hambre.  Un ratón, detrás del ropero.

El ratón es escurridizo, conoce el lugar y ella no; varias veces le pierde la pista, pero como es buena cazadora, es paciente.

Finalmente lo acorrala.  No tiene interés en jugar: un zarpazo, un mordisco y el ratón se está quieto.  Se lo come allí mismo.

Sintiéndose mucho mejor, continúa su exploración.  Este lugar parecerá un granero por fuera, pero es algo completamente distinto por dentro.

Otro ruido.  Algo mucho más grande que un ratón.
Su instinto le dice -no, le grita- que se aleje, pero gata al fin, tiene que satisfacer su curiosidad.

Ahora está encima de un andamio.  Su madre le enseñó que la seguridad está en las alturas.

Hay un hombre debajo de ella, solo en medio de un escenario, iluminado por un reflector.  La gata jamás ha visto algo así.  Jamás ha estado dentro de un teatro.

Las pupilas de la gata se dilatan, sus orejas se pegan a la cabeza.

El escenario está frente a unas butacas cubiertas de gastado terciopelo de color rojo.
En cada butaca se ve a una persona, no es posible distinguir si es hombre o mujer.  Todos visten de negro, y sus rostros están ocultos por la oscuridad.

Observan fijamente al hombre del escenario.  Está de pie, con el rostro húmedo por las lágrimas y el sudor.  Su respiración es agitada, su ropa está sucia y desgarrada, parece que alguna vez fue un uniforme.

El hombre del escenario llora y balbucea.  Pide perdón, pero no es posible distinguir si tiene temor, culpabilidad o remordimiento.

Para la gata, la gente de las butacas no se mueve, pero el hombre del escenario se siente cada vez más sofocado.  Cada vez que parpadea, parece que las butacas están más cerca y más empinadas, como si fueran formando una nueva pared frente al escenario.

Las personas de las butacas se inclinan hacia adelante, sin hacer sonido alguno.  El hombre del escenario siente que están examinando todas sus obras, sus omisiones, su cobardía.

Finalmente la gata sale de su estupor y busca corriendo la salida.

Mientras la gata corre por la nieve, el hombre del escenario cae de rodillas y empieza a gritar.

2 comentarios:

302bis dijo...

Puedo decir que me encantó tu cuento... pero no sé decirte por qué... mañana lo leo nuevamente y te cuento. Gracias por participar con tu #cuentoalvapor...
Saludos!

el7palabras dijo...

Oooooooiiii....
Me tiemblan las manos, Won-Tolla.

Ciertamente es una pesadilla.
¿Ya fuiste a la lectora de sueños o intérprete o algo para que te diga qué onda?
¿eras tú el gato? ¿los espectadores? ¿el hombre juzgado?


Qué chido. Muy bueno